Derechos Humanos: ¿relatividad cultural?

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Trabajo como consultor en temas de Diversidad, Equidad e Inclusión con enfoque en Equidad de Género. Cada última semana de cada mes, tengo el placer de viajar a la región de Montes de María, en el Caribe Colombiano interior. Allí, acompaño a un proyecto que busca reducir la incidencia de prácticas machistas en los entornos de mujeres emprendedoras. Así, deseo fomentar y difundir el respeto a los derechos humanos, sea cuál sea la zona en que me encuentre.

Derechos humanos y Liderazgo Femenino

Durante mucho tiempo, esta región, especialmente durante la década de los 1990s, tuvo que enfrentar el asedio de grupos armados al margen de la ley. Estos grupos, buscaban establecerse en el poder local y dominar las esferas políticas y económicas mediante plomo y miedo. En años recientes y en el marco de tiempos más estables, la iniciativa comunitaria se ha organizado y ha encontrado, especialmente en los liderazgos femeninos, respuestas de reconstrucción territorial y de memoria que han hecho progresar a la región en sus niveles de seguridad y bienestar socioeconómico.

Sin embargo, y a pesar de que muchas de las comunidades de los Montes de María han sido testigos del rol fundamental que juegan las mujeres en el crecimiento y desarrollo económico de su región, aún persisten creencias y prácticas de machismo hegemónico que mantienen vigente la vulnerabilidad de muchas mujeres ante las violencias basadas en género y la exclusión laboral-productiva.

La desigualdad de derechos humanos

En una de las últimas visitas que realicé a la región, especificamente a una comunidad rural del municipio de Ovejas, un pequeño pueblo de poco más de 20 mil habitantes en el departamento de Sucre, me topé con una situación particular. Al iniciar el espacio de co-construcción comunitario con los hombres que componen el entorno de apoyo de mujeres emprendedoras del pueblo, estos expresaban que apoyaban el hecho de que sus esposas y parejas lideraran sus negocios propios, pero que, claramente, no concebían como válida la afirmación de que “las mujeres tienen los mismos derechos”.

Al hablar más a fondo con ellos, evidencié que, a pesar de que las mujeres contaban con cierta autonomía económica y financiera, en sus entornos domésticos no ocurría lo mismo. En este caso, persistía la creencia de que eran ellas las encargadas de las tareas del hogar, y de que el hecho que ellas asumieran una carga mayor de oficios en la casa era algo totalmente normal.

Por lo general, en otras regiones de Colombia donde encontraba situaciones similares de iniquidad de género en el hogar, la autonomía productiva y financiera de las mujeres se veía directamente afectada; pero, aparentemente, este no era el caso en esta comunidad donde se separaba lo “formalmente laboral” -como ellos mismos lo llamaron- de “los oficios de la casa”.

Actualmente, la gobernación de Sucre está esforzándose por fomentar los derechos humanos.
Actualmente, el gobierno de Sucre está realizando un seguimiento en el municipio Ovejas con el fin de solucionar varias problemáticas, entre ellas la ética y educación.

La colaboración entre derechos y creencias religiosas

Inmediatamente, e impulsado por la curiosidad hacia tan particular situación, me centré en entablar diálogo con los hombres a partir de sus parámetros culturales y el cómo concebían los derechos de la mujer y el acceso a oportundidades sociales y económicas. Me encontré entonces con que muchas de las justificaciones hacia estas creencias estaban basadas en una mirada fundamentalista a lo bíblico. Cada explicación que me daban sobre su forma de ver las cosas estaba estrechamente ligada a algún versículo o paraje bíblico.

Entendí entonces que, imponer una visión que ellos concebían como «citadina y occidental», no iba a surtir efecto en generar en ellos cuestionamientos hacia el cómo ese desbalance de cargas domésticas afectaba la inclusión productiva de las mujeres, y su oportunidad de progreso económico.

Contra todos mis parámetros de valores en torno a la equidad de género, intenté utilizar sus mismas convicciones para incomodarles. Tomé y torné sus afirmaciones, tan arraigadas, hacia guiarles a cuestionarse qué pasaría si estas condiciones se aplicaran sobre ellos: ¿Cuáles serían las consecuencias de tener que asumir una doble jornada tan ardua? ¿Qué efectos tendría en ellos el no poder estudiar o simplemente descansar porque, después de su “trabajo formal”, tenían que llegar a sus casas y asumir tareas domésticas igual o aún más agotadoras?

Simplemente establecí un diálogo con ellos desde no invalidar sus creencias, sino invitarles a imaginarse un mundo donde las cosas funcionaran de una forma distinta. Esto nos llevó a que, en conjunto, llegáramos a soluciones que tuvieran menos resistencia de apropiación por parte de ellos, ya que no surgieron de un ataque a su tradición sino que nacieron de un ejercicio de cuestionamiento propio, desde ellos mismos y su capacidad de auto-preguntarse.

La justicia cognitiva global

Boaventura de Sousa Santos, sociólogo portugués, nos propone repensarnos las relaciones de poder desde fortalecer lo que él llama “la justicia cognitiva global”. Con ello, invita a proveer de igual importancia y validez a la producción de conocimiento de entornos y experiencia, que no han sido los dominantes en la publicación y distribución de saberes a nivel mundial.

«La importancia de lo local, de lo concebido desde parámetros étnicos distintos a lo hegemónico y occidental, también debe tenerse en cuenta a la hora de construir consensos desde el disenso en lo referente a los derechos humanos.»

Sólo así se pueden establecer espacios de diálogo y co-construcción comunitaria que favorezcan una mejor apropiación de conceptos y buenas prácticas. Todo buscando mejorar las condiciones y la dignidad de poblaciones sistemáticamente excluídas y discriminadas. La participación de sus parámetros de valores y de los orígenes de sus creencias en la construcción de concepciones locales propias, más justas e incluyentes, es mucho más efectiva que la descalificación tajante desde parámetros culturales y sociales de occidente y citadinos.

El buen consenso es el resultado de la escucha y consideración por ambas partes.
Es necesario un ejercicio propio de apertura a otras razones y creencias con el fin de llegar a un acuerdo mutuo y justo.

Ya nos hablaba otro sociólogo -esta vez colombiano- Orlando Fals Borda, sobre la necesidad de evitar la monopolización de nuestro conocimiento y la imposición arrogante de técnicas de investigación “probadas, reconocidas y parametrizadas”. Cubiertas bajo el pretexto de mejor asociarse con las comunidades locales considerándolas comunidades socias y co-investigadoras y así, creer generar procesos de producción de conocimiento que sintieran como propias.

«La construcción de conocimiento debe ser un ejercicio de retroalimentación entre entornos culturales que se hagan contraste, no una mera imposición.»

Una forma mejor de abordar la problemática

Los derechos humanos son cultura y por consiguiente se fundamentan en acuerdos (contratos) sociales. Cuando el respeto y el fomento de los mismos se constituye en una obligación, en un “porque sí” o en un “porque así debe ser”, tendremos más posibilidades de fracaso. Obtendremos mayor resistencia y pocos chances de generar apropiación hacia los mismos, en comunidades que han concebido el mundo de una forma distinta a la occidental, o han desconocido el privilegio citadino.

Mi invitación es a abandonar lo seguro y a incomodarnos en nuestras concepciones, en relación a lo que los derechos humanos son y requieren, para consolidarse en las comunidades que más necesitan fortalecer procesos de equidad e igualdad. Es desde esta incomodidad que se construyen lenguajes comunes de entendimiento que facilitan apropiaciones locales de dignidad. Muchas veces, el avance en derechos humanos en una comunidad remota de Colombia no se puede medir en el mejoramiento de índices creados en sociedades privilegiadas del Norte Global. Pues son pocas las veces que estos índices desconocen aristas referentes a la diversidad cultural y geográfica que nos compone en otras latitudes.

Sin un ejercicio propio de apertura a otras razones, a otros génesis de creencias, no me hubiese dado la oportunidad de escuchar atentamente las dudas y las preguntas que se provocaron en aquel bello ejercicio de co-creación, co-diseño y «deconstrucción» de masculinidades hegemónicas. Me llevo conmigo una de las experiencias más enriquecedoras que haya vivido en relación a cómo un grupo de personas es capaz de preguntarse sobre la dignidad y el bienestar del otro.

Es allí donde, para mí, radica la razón de ser de los derechos humanos.

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