Mucho se viene hablando últimamente de eso de «la ciudad de los 15 minutos”. Un concepto que, por su aparente sencillez, engancha muy bien con el gran público y levanta un gran interés por su, nunca mejor dicho, cercanía. Pero ¿qué hay detrás de ello? ¿qué significa realmente?
Desde que el catedrático de la Universidad La Sorbona de París, el franco-colombiano Carlos Moreno lo acuñase en 2016 son ya cientos las ciudades del mundo que se han sumado a este viaje, que es algo más que un aparente eslogan. Es toda una filosofía, un modelo completo de ruptura con lo que las ciudades han devenido en las últimas décadas. Algo que cuestiona, por vez primera de esta forma, el recurso no renovable más valioso que tenemos: el tiempo. Y lo hace de una forma tan cotidiana como funcional.
La ciudad de los 15 minutos: antecedentes
Desde que el mundo pasara de ser eminentemente rural a ser mayoritariamente urbano a partir de la revolución industrial, la percepción del tiempo ha ido poco a poco variando, pues, de los flujos de movimiento en la ciudad previa al siglo XVIII, una ciudad donde aún no existían los coches, apenas los ferrocarriles, donde no existían grandes polos de trabajo de grandes fábricas ni, en consecuencia, grandes barrios obreros, el modo de vida no era muy diferente al que hubieran dejado las ciudades para finales de la edad media. El propio de una sociedad agraria, de nobleza y servidumbre.
La ciudad industrial como foco del progreso
Con la llegada del mundo contemporáneo, la explosión del crecimiento de las grandes urbes, las nuevas clases sociales y todos los avances en el mundo de la ciencia y la tecnología empiezan a perfilar estos centros urbanos como focos del conocimiento, el bienestar, la comunidad, la proximidad y, en definitiva, el progreso. Es por esto por lo que gran parte del mundo, por las ventajas que la vida en la ciudad aportaba, deja el campo ante también la creciente mecanización de la agricultura y la ganadería, y se traslada a las urbes.
Primero favorecidas por la llegada de los primeros sistemas de movilidad de masas como los ferrocarriles, metropolitanos y tranvías ante la creciente demanda de desplazamientos y flujos y, posteriormente, por las reformas urbanas llevadas a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX en muchas de ellas ante un renovado concepto del urbanismo como instrumento higienista, en términos de salud ciudadana.
La ciudad como espacio común
Se alcanza el concepto culmen de ciudad como quizá definieran algunas civilizaciones en el mundo antiguo, de espacio común, que va más allá de lo físico y entra en lo sentimental, que trasciende al individuo y crea comunidad. Y no es casualidad que de estos años surgieran las más brillantes artes, ciencias, e ideas que desembocarían en la siguiente y última gran transformación hasta la fecha de nuestras urbes: la llegada del automóvil a partir de mediados del siglo XX.
La ciudad de los 15 minutos… ¡en coche!
Como el seguramente adelantado a su tiempo, el arquitecto y académico Federico Chueca Goitia, dijese en 1968 en su “Breve historia del urbanismo”…
El automóvil, ese monstruo insaciable que está extirpando la vida ciudadana y la vida callejera de nuestras urbes. La furibunda llegada de este nuevo método de locomoción supone un revulsivo irrevocable a la configuración de las ciudades y su futuro devenir
Federico Chueca Goitia. Breve historia del urbanismo. 1968
Pues la nueva perspectiva del tiempo y de una mal entendida libertad supone que, tal vez por vez primera en la historia, el foco de la ciudad se mueva de los ciudadanos a una máquina: el coche. Y desde entonces empieza a ser la prioridad sobre cualquier otra idea a la que arroya sin mayor miramiento.
Y aún hoy es fácil darse cuenta de esto, porque esa residencia que te quieren vender a tan solo 20 minutos del centro. No son en metro, no son andando, ni mucho menos en bicicleta, lo son en coche. Aunque tardes menos en cualquiera de las otras tres modalidades, da igual. Es el coche. Es la ciudad del yo primero, de la casi muerte de la comunidad y de la irrupción desmedida de la individualidad. Mi coche, mi casa y mi plaza de aparcamiento en la calle, y, además gratis. La ciudad de la república independiente de mi casa.
Consolidado este nuevo modelo y bendecido por el siempre vigilante progreso económico, se puede producir ciudad en masa al puro estilo fordista: barrios residenciales en serie, centros industriales en serie, servicios en serie, centros logísticos en serie y todo lo que antes surgía de un proceso orgánico y dilatado en el tiempo, ahora en serie, en masa y con un orden que maximice el beneficio. Es el modelo de las grandes superficies y las franquicias, de las autopistas de diez carriles y de los aparcamientos. Es el modelo en el que ya no conoces el nombre de tus vecinos.
Pero, ¿qué es la ciudad de los 15 minutos?
¿Y por qué toda esta historia para hablar de la ciudad de los 15 minutos?. ¿Qué tiene que ver? La ciudad de los 15 minutos, la filosofía que la sostiene, es justo la contraposición directa a ese modelo. Es el cuestionamiento más directo y puro a la hegemonía del automóvil y a la prevalencia de la individualidad. Es una reivindicación a la comunidad, a la salud, a la sostenibilidad y al progreso no sólo económico, sino humano.
La ciudad de 15 minutos es recuperar esa otra urbe, de barrios, policéntrica, poliédrica, pero no sólo entendidos como un espacio administrativo, sino como ese espacio sentimental. Esa suma de muchas partes que forman un todo mucho más poderoso que una única identidad. Y es por eso porque el concepto 15 minutos es casi secundario, ya que la palabra, el término clave para definir esta nueva reivindicación es proximidad, es cercanía. En todas sus variables.
La revolución de la proximidad
Por ello el mismo Carlos Moreno titula su propio libro como “La revolución de la proximidad, de la ciudad mundo a los quince minutos”. El mero hecho de disponer de todos los servicios básicos, de todas las necesidades, de todos los elementos que requerimos para desarrollar una cotidianeidad plena se encuentren a quince minutos de distancia es el síntoma inequívoco que vivimos en un entorno próximo, vivible. Un entorno humano.
No es un botón mágico que aprietes y todo lo que hemos hecho hasta ahora cambie. Por supuesto que no. Es, sencillamente, un instrumento conceptual que devuelve el foco a quien nunca debería haberlo perdido: nosotros y nosotras, las personas. Y, a partir de ahí, reformular. Volver a pedir ese comercio de barrio, volver a mixtificar las ciudades abandonando la zonificación. Es volver a poner la prioridad en los sistemas de movilidad sostenible frente a las carreteras pues no olvidemos que hemos hablado de quince minutos, pero nunca de la forma de recorrerlos, y no tiene por qué ser andando.
Volver a la ciudad humana
Es volver a los servicios de demanda próxima, al ambulatorio de barrio, a la zona verde junto a tu vivienda, al reequilibrio del espacio público frente al reinado del asfalto, a la densidad frente a la dispersión. Es también abandonar los combustibles fósiles frente a las energías renovables, es luchar contra el cambio climático y la descarbonización de las ciudades, es una apuesta por la biodiversidad y la diversidad, pues es también un instrumento para las personas. También es volver a conocer a tu vecino. Sí, tu abuelo o abuela ya lo había conocido. Nadie ha inventado el fuego, pero parece que lo habíamos olvidado.
Es, en último término, el convencimiento de que el modelo actual sí es revocable. De que existe otra vía, una que nos abre una oportunidad única de continuar progresando ante la inminente fecha de caducidad, o de consumo preferente, del mundo tal y como lo hemos entendido en estos últimos setenta años. El camino de la humanidad y de la sostenibilidad, en sus más grandilocuentes acepciones. Una nueva revolución en las ciudades, la de la proximidad.
¿Puede una ciudad pequeña liderar el cambio?
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